miércoles, 28 de junio de 2017

LA SORPRENDENTE BAJADA GENERALIZADA DE LA PRODUCTIVIDAD



Existe la creencia generalizada de que las nuevas tecnologías asociadas con la informática han producido un incremento sensible de la productividad del trabajo. Y, sin embargo, la tendencia es justamente la contraria, como demuestra el gráfico que se adjunta seguidamente, referido a varios países, y que ha publicado recientemente el Conference Board norteamericano:



Vemos como a partir de aproximadamente la primera década de este siglo, la productividad ha disminuido de una manera flagrante, lo cual puede ser la causa de que la recuperación económica mundial después de la crisis de 2007/2008 esté siendo mucho más lenta -con tasas de crecimiento del PIB de alrededor del 2% en muchos países- que lo que fue la salida de otras recientes crisis (1973, 1987, 2000)

Y sin embargo, tenemos la impresión subjetiva que con nuestros smartphones, wi-fi, pagos a través del móvil, etc. el rendimiento que sacamos a nuestro tiempo ha crecido exponencialmente.  Una provocativa razón para ello la expone Robert Gordon en su libro "The Rise and Fall of American Growth", según la cual la continuación del boom que supuso el PC, concentrada entre 1996 y 2004, no ha sido ni lejanamente parecida a la que supusieron en su momento la electricidad o la máquina de vapor, por ejemplo. Los desarrollos posteriores al advenimiento de la tecnología digital en nuestro quehacer diario no han sido igual de determinantes de lo que lo fueron los instantes primeros de la era del ordenador.

Hay tratadistas que aducen que la productividad no se está midiendo correctamente, y que habría que añadir a la simple producción de bienes y servicios, otros beneficios de tipo inmaterial que por ahora no se saben contabilizar pero que existen realmente. No deja de ser un razonamiento bastante voluntarista.

Otros introducen el hecho comprobado de que el crecimiento de la empresas se está produciendo últimamente a través de la adquisición de otras empresas, o incluso comprando más acciones de su propio capital social, aprovechando los bajos tipos de interés reinantes, y el hecho de que los intereses de los créditos obtenidos para materializar esas compras son deducibles del impuesto de sociedades en un gran número de países (entre ellos España). Así, no se ha producido crecimiento de la productividad por medio del I+D empresarial, como en ocasiones anteriores, sino por actividades financieras que aunque elevan artificialmente los beneficios, no aumentan la capacidad productiva por hora trabajada.

Sea como sea, no hay que buscar las razones del subempleo imperante (y no solo en España) y del bajo nivel actual de los salarios, en malévolas políticas de extorsión del trabajador, sino en que, por razones que no están claras aún,  la productividad está disminuyendo de forma continuada.

El porcentaje de los hombres de entre 25 y 54 años que trabajan ha bajado 8 puntos porcentuales en los últimos 50 años en EEUU, y las caídas del empleo de los cabezas de familia han sido similares en multitud de países (ver "Men without Work: America's Invisible Crisis", Eberstadt; Templeton Press). Merece la pena investigar más esa caída de la productividad.


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