lunes, 29 de octubre de 2012

ES BARATO CORTAR UNA CALLE EN MADRID

Hace unos pocos años hemos estado viendo Madrid sembrada de obras importantes. El madrileño y el visitante ocasional las sorteaban con obligada resignación y con un esperanzado anhelo de que la cosa acabase cuanto antes; nos acostumbramos casi a que los desvíos y los cortes fuesen imprevisibles, y tan cambiantes que lo que un día podía estar franco y libre de problemas, al día siguiente era difícilmente transitable.

Daba la impresión que el necesario tráfico cotidiano de los usuarios de una determinada calle estaba sometido al albur cambiante del capataz que dirigía los tajos sobre el terreno, y en determinadas horas hasta del simple encargado del tramo concreto que teníamos que atravesar. Era sorprendente la desenvoltura con que los operarios cambiaban de posición las barreras indicadoras del límite de calzada de una forma en ocasiones hasta displicente, provocando el caos circulatorio aguas arriba del movimiento, hasta que el efecto combinado de la adaptación colectiva de los conductores volvía a restablecer la situación.

Cabe aquí recordar el calvario (a veces) y el cambiante tobogán de feria (otras) que durante años sufrieron los sufridos automovilistas que atravesaban por necesidades ineludibles de su guión diario las obras de una macro-obra que bordeaba las márgenes del Manzanares, felizmente concluidas.

Pero, más sibilinamente, el posterior y continuo corte de carriles (o su repentina habilitación inesperada), dió origen a lo que parece un perverso deslizamiento hacia el desprecio de los derechos del sufrido usuario de la calle, en aras de un supuesto bien superior encarnado por la rapidez de ejecución de los trabajos encomendados.

El resultado es que cortar una calle al tránsito (incluso peatonal) es ya moneda corriente en Madrid, no ya para posibilitar o facilitar una determinada obra pública, que ahora no son tan frecuentes, sino para asuntos tan dispares y triviales como podar unos árboles, hacer una mudanza o rodar una película. Tanto es así, que la impresión que recibe el madrileño es que o bien los permisos de corte de calles se expiden por el Ayuntamiento con mucha liberalidad, o bien dichos permisos no se solicitan por los beneficiarios por el convencimiento de la falta de control público.

Ahora mismo es barato cortar una calle. Convendría sin embargo que el deslizamiento mental (sibilino, escribí más arriba) no nos lleve desde la costumbre de la continua variación de los desvíos en las obras callejeras, hasta la anarquía que supone el que la calle sea solamente del que la necesita en un momento determinado para su particular quehacer.

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